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 Ciencia, tecnología y sociedad_Tarea 4. 

Distinción de Winner - Tecnologías flexibles o rígidas


Según la distinción de Winner entre tecnologías (inherentemente políticas) flexibles o rígidas, detecta alguna tecnología en tu entorno, como por ejemplo el coche o Youtube, ¿cómo condiciona esa tecnología nuestra sociedad? ¿Hacia qué futuro político nos lleva? ¿Podríamos no haber adoptado esa tecnología? Como sociedad, ¿es posible desconectarnos de ella?


Tras darle un par de vueltas, o tres, he decidido tomar como ejemplo de reflexión el el coche como tecnología de uso personal, porque creo que entra dentro de lo que Winner describe como una tecnología flexible, pues permite definir patrones diferentes de poder y autoridad en un cierto entorno. Sin duda sus consecuencias para la sociedad dependen de los actores sociales que han podido influir sobre esta tecnología tomando decisiones sobre la misma en cuanto a diseño, planes de desarrollo etc. De hecho, como consecuencia de esas decisiones, y nuestra aceptación tácita o expresa, en las últimas décadas el coche ha influido de forma integral en la forma de vivir en sociedad.
 
Como artefacto tecnológico nos ha impactado de tal manera que hemos desarrollado las ciudades alrededor de su uso, hemos utilizado millones de metros cuadrados de espacio público, millones de metros cuadrados de naturaleza en definitiva, para promover su utilización, lo hemos incorporado de tal manera en nuestras vidas que en este momento es probablemente la primera gran inversión económica en un bien material que adquirimos como personas, incluso cuando aún no somos económicamente independientes, incluso cuando para conseguirlo tenemos que endeudarnos. 

¿Y que tiene esto de político? Pues bastante, tiene mucho de política macro, meso y micro. Sólo hay que pensar en su historia, en su nacimiento como sustituto de otros medios de transporte y en su posterior recorrido hasta convertirse en icono social, en una referencia de nuestro estatus y nuestra personalidad, en un escaparate ante el resto de cohabitantes de este planeta. Pero es que, además, en la política internacional la producción, la posesión y la utilización del coche ha sido y es un indicador del desarrollo socioeconómico de un país. Y no digamos ya en la política doméstica, en la que se promociona su uso, se diseñan ciudades, se deciden construir polígonos industriales, estadios deportivos o viviendas con la perspectiva de que nuestra movilidad personal se basa en el coche. Incluso genera una ingente cantidad de legislación administrativa o jurídica sobre su uso y sobre su mal uso.
 
Todo lo anterior, además, está justificado socialmente por un mensaje formal a la población de ser una tecnología necesaria para mantener una "buena vida", con un mensaje que convierte a esta tecnología en un elemento de libertad individual, de trabajo, de felicidad, de superación personal o de cohesión familiar.

Un buen ejemplo de su impacto social es el de los puentes de nueva York para pasar a Long Island mencionado en el artículo de Winner y que fueron diseñados de una manera determinada para cumplir con una función de segregación por clase social o raza. Winner lo presenta como una decisión sobre un proyecto arquitectónico, pero creo que la decisión política va más allá,  no sólo estaba en el diseño de esos puentes. La decisión  política más importante es incluso anterior: el modelo de movilidad para la población blanca de clase social media, debía ser el coche americano, esta tecnología se convierte en “marca” de las clases acomodadas y les permite alejarse socialmente, aún más, de la parte de la sociedad que tiene su movilidad restringida al transporte público (otra tecnología por cierto que también tiene un gran componente político en su diseño y concepción).

En cierta manera, el coche se ha convertido en un modo de ordenar nuestro mundo, una forma de ordenar la actividad humana de diferentes maneras. Como sociedad hemos aceptado que el coche mejora nuestro modo de vida, conscientemente o no, hemos aceptado que sea nuestro compañero en el trabajo, en el tiempo de ocio, en nuestro modelo de consumo, en nuestra vida en familia o como escapatoria en soledad. 

Pero este escenario podría haber sido de otra manera. Los esfuerzos para una movilidad diferente que ahora parece que están tan políticamente de moda, podrían haberse impulsado hace ya muchos años y sin duda viviríamos en un modelo de sociedad diferente, en un entorno de trabajo o de vida muy alejado del que actualmente nos rodea.

En definitiva, el coche no ha sido a lo largo de su historia una tecnología neutral ni desde el punto de vista ético ni político. Es una tecnología dotada de un gran poder, que nos dirige hacia un modelo de movilidad individual como paradigma de libertad, cueste lo cueste. Estamos dispuestos a pagar cualquier precio como colectivo para alcanzar ese objetivo. El coche ha modelado nuestra sociedad con un “determinismo automovilístico” del que nos será muy difícil escapar, tal vez sea un buen ejemplo del “cepo del progreso” o “trampa del progreso” del escritor Ronald Wright.


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