2021(e)ko ekainaren 8(a), asteartea

 Ciencia, tecnología y Sociedad_Tarea 1 


Supongo que algo así escribiría Clara Immerwahr para despedirse de su marido el 2 de mayo de 1915,  poco antes de dispararse en el pecho con el arma reglamentaria de Fritz y morir después en brazos de su hijo Hermann de 12 años.


“Mi querido Fritz, aún recordaba esta mañana las clases de baile que compartimos tan solo hace unos años, recordaba tu amabilidad, tu apariencia de persona honrada. Me hablaste de tus estudios, de tus ideas, compartíamos ambos el interés por la ciencia, por una ciencia que ayudara a las personas a tener una vida mejor. 

Pero hoy, cuando os he visto a todos juntos, hombres, con vuestros uniformes, bebiendo, comiendo y riendo, fanfarroneando de lo ocurrido en Ypres, todo se ha borrado de mi mente y se me ha roto el corazón. 

No estoy segura de lo que ha cambiado dentro de ti, la guerra, el poder, las compañías, ¡!La Patria¡¡ me decías en un tono desconocido para mí. Sea lo que sea no eres el mismo Fritz con el que decidí compartir mi vida y por quien dejé mis investigaciones en la universidad para formar una familia.  

Tu ingenio, tu mente y el trabajo compartido de ambos te ha llevado a hacer grandes descubrimientos, hallazgos dignos de un Nobel que permitirían dar a la humanidad la capacidad de acabar con el hambre. Ese precisamente era el objetivo de nuestras conversaciones, con esa ilusión te he ayudado todos estos años, ambos creíamos en una ciencia para la humanidad, ambos valorábamos el espíritu humanista de un Nobel, pero hoy pienso que si algún día llegaras a conseguirlo sería porque la Ciencia ha perdido su alma. 

Has decidido sumarte al bando contrario, al bando de la muerte,  cambiar el verde de los campos abonados con la esperanza de grandes cosechas por el negro de las trincheras repletas de cadáveres, has abandonado la esperanza de una vida mejor por una horrible agonía de personas, animales y plantas. Hoy cuando escuchaba las palabras de quien ha sido testigo de lo ocurrido ese soleado y hermoso día en Ypres he sido consciente que tú y tu mente privilegiada habéis convertido la química en barbarie, la ciencia en vuestra “magia negra”, retrocediendo así a la noche de los tiempos en la que el conocimiento y el saber no se utilizaba para ayudar sino para dominar y asesinar sin piedad. Sin duda el tiempo os juzgará como criminales de guerra. 

Y me dicen que mañana partes de nuevo al frente, con más gas, con más química, con las alforjas de tu caballo repletas de ciencia para acabar con las mujeres y hombres que en ese momento estén en el campo de batalla, hombres jóvenes poco mayores que nuestro querido hijo, no puedo soportar la idea de que él podría ser una de las víctimas de tu mala empleada ciencia ¿O es que piensas que el bando contrario no utilizará las mismas armas? 

Tenías que elegir entre el mal y el bien, hoy he tenido clara tu elección, nada más tengo que decirte, nada más tengo que vivir, sólo deseo que tú y los tuyos os deis cuenta pronto de que la guerra sólo es el antecedente de la muerte. 

Te pido con toda mi alma que cuides mucho de Hermann y le des a él y a toda su generación un futuro mejor.  

Por siempre y hasta siempre tuya. 
Clara”


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